Cuando se planea
iniciar un proyecto que de alguna forma afectará el desenvolvimiento habitual
de un grupo de personas, se suele planificar de forma detallada todo (equipo de
trabajo, proveedores, diseños, plan operativo, plan financiero, etc.), excepto la
relación con aquellas personas que se tendrá como vecinos en el nuevo
desarrollo.
Los vecinos
podrían no parecer importantes porque se piensa que finalmente serán
beneficiados por el proyecto, y se deja la planificación de la relación con
ellos para el final o, inclusive, para cuando inicien las obras… total, “antes
de empezar aún no hay relación con ellos”.
Pero
habitualmente sucede que antes de empezar el proyecto, el equipo de trabajo visita
la zona, donde “todos se conocen”, empezándose a generar comentarios entre los
vecinos, tejiendose especulaciones (positivas y negativas). Y cuando surgen
consultas, ya sea de los bodegueros, dirigentes o vecinos en general, las
respuestas que dan los miembros del equipo de trabajo (entre quienes suele
haber ingenieros), suelen ser intimidantes, poco claras, e inclusive muchas
veces secas y cortantes.
La reacción
habitual de los vecinos suele ser de temor, ante la poca claridad que tienen
respecto a lo que ocurrirá en su zona, la cual podría no haber sufrido mayores
cambios en los últimos años, excepto aquellos generados por el empuje de la
población. Esto abre las puertas a que cuando reciban la comunicación formal
sobre el desarrollo del proyecto, sean un grupo de vecinos suspicaces, dado que
en su subconsciente ya se grabaron emociones negativas hacia un proyecto que
aún no conocen.
Si se desea
empezar el proyecto con relaciones vecinales saludables es conveniente
desarrollar e implementar un plan de comunicación antes de poner un pie en la
cuadra.
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