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Por Guillermo Román-Flores Zevallos
Director Ejecutivo Taller Creativo Consultores
Luego de las elecciones regionales y municipales, la
nueva fisonomía política del Perú destapa una gran interrogante, ¿Qué papel
juega el sector productivo y empresarial en la política local?
Las del 2014 van
a quedar grabadas en la historia del Perú como las elecciones que mejor
retrataron el divorcio que existe entre aparato productivo y ciudadanía. Y las
causas son básicamente la profunda polarización en la que vivimos, motivada por
la desconfianza y una creciente desigualdad en aquellas regiones donde se
desarrollan ejes productivos estratégicos.
En los últimos
15 años he podido vincularme a varios procesos sociales en donde las
industrias, los emprendimientos empresariales, las reformas en políticas de
estado y los procesos de la sociedad civil se encuentran con una gran barrera:
La desconfianza absoluta. Y cuando se investigan las causas que la sustentan,
nos encontramos constantemente con la falta de diálogo producto de diversos
prejuicios.
Los indicadores
de crecimiento económico, que ya con nostalgia recordamos en los últimos años,
debieron dejar una estela de bienestar que por lo menos nos permita pensarnos
en un país viable y enrumbado. Pero los últimos resultados electorales en los
comicios del 5 de octubre nos hablan más bien de un país fragmentado y
completamente descreído (en un gran sector de la población) de los motores del
crecimiento económico y hay aquí varias reflexiones que deben asaltarnos como
peruanos.
Hablar de
desigualdad y políticas redistributivas erradas es una constante que los
académicos han desentrañando en extenso, hace pocos días en la presentación del
Instituto de Minería y Sostenibilidad de la Universidad del Pacífico, se
ensayaba un ejercicio interesante, comparaban el índice GINI de las regiones
del país en un ranking de posiciones. Los resultados son bastante
significativos y me quiero quedar con 4 años que para mí son emblemáticos: En
el 2008 y 2009 la región más desigual del país fue Cusco y en el 2010 y 2011 mi
tierra le cedió esa nada honrosa posición a Cajamarca.
En el 2008 trabajaba
en Cusco y pude apreciar una interesante escalada de conflictividad reivindicativa.
En este tiempo sectores radicales de la población tomaban el aeropuerto y
bloquean las vías férreas con impunidad. Eran conscientes que el motor
económico de la región era el turismo y no dudaron en vulnerarlo, de igual
forma en el 2011 las autoridades de Cajamarca hicieron lo propio con la
minería, como en anteriores ocasiones. Ejemplos abundan en el país y no es
materia de estas líneas hacer un recuento.
Lo que me llama
poderosamente la atención es que más allá de encontrar claves para entender el
entrampamiento y tender puentes de diálogo, lo que he visto sobre todo en el
caso de Conga en Cajamarca es que algunos llamados líderes de opinión, hacen
todo lo contrario y se han encargado sistemáticamente de un lado y del otro de
descalificar al interlocutor que se encuentra en la otra orilla de la mesa o
del conflicto, descartando de plano una posibilidad de entendimiento o diálogo.
Para mi es inadmisible que un columnista por muy polémico y provocador que sea
le diga tarados al 50% del electorado de Cajamarca, o que descalifique de plano
a diversas autoridades electas únicamente porque provienen de formas de
pensamiento distintas a las que el pregona. Lo que más me asusta es que este
periodista tenga seguidores que reciben con una sonrisa sus ideas y que nadie
por lo menos refute con un criterio ético lo que publica.
Cómo inadmisible
es también que una autoridad electa descalifique de plano una actividad
económica en su jurisdicción, sin sustento técnico o validación científica
tangible. Pero en nuestro país donde la desconfianza es la moneda de intercambio
en los procesos sociales todo esto no solo es posible sino popular. No en vano
se vota masivamente por este tipo de discursos o se compran periódicos y
programas televisivos con una sonrisa cómplice al ver que se aborda con
insultos y se descalifica con sarcasmo y racismo. De ambos lados de la mesa
vienen los insultos.
Al descalificar
al interlocutor, una autoridad electa o un vocero no solo polarizan en dos
sectores vitales de la población, el productivo y el social, sino que rompen
cualquier posibilidad de diálogo real y los ejemplos abundan.
Es común escuchar
que cuando un líder comunal, sindical o político se opone o pone trabas a la
inversión de inmediato sale la justificación “Tienen un objetivo político” cómo
si eso fuera malo. (Y muchas veces lo es, en un país donde política es sinónimo
de corrupción) Pero partamos de la idea que vivimos en un país de libre
pensamiento y que la política es el ejercicio ciudadano del poder y en ese
sentido las empresas también tienen un rol en el imaginario político, sobre
todo en entornos regionales y comunales. En ellas se cristalizan las
expectativas más importantes de superación, se gestan los motores de la
economía y el trabajo, pero a su vez son también factores de desigualdad, y
porque no decirlo de frustración. Los discursos políticos se alimentan
justamente de estos anhelos, temores y desencuentros. ¿Son entonces las
empresas parte del discurso político? Claro que sí, que ganen candidatos
anti-mineros en zonas de proyectos con Estudios de Impacto Ambiental aprobados o
que gane el candidato de Tierra y Libertad en la cosmopolita Urubamba, donde se
desarrolla el turismo de lujo en el país, no es más que una confirmación de
esta tesis.
No pretendo
decir que las empresas jueguen al rol de la política partidaria, pero
definitivamente deben estar atentas a las tendencias alrededor de su
emplazamiento, su fuerza de trabajo, su cadena logística y de sus proveedores.
Conocer cómo se mueven estas tendencias y la correlación de fuerzas en su justa
medida, es un gran indicador para las relaciones comunitarias, las políticas de
empleo local, los emprendimientos de responsabilidad social y la relación con
autoridades y gobierno. Asumir que este conocimiento se centra en el diálogo
con los actores políticos de la comunidad, sin distinción del color de camiseta
que tengan, es vital para tomar buenas decisiones. Sin embargo guardar un lugar
neutral durante los procesos electorales es también importante, además de una
práctica correcta y ética.
Conozco de cerca
las experiencias de empresarios o ejecutivos de importantes empresas que son
estratégicas para diversas regiones, que actúan bajo estos principios de
neutralidad y diálogo abierto y los resultados electorales en sus entornos más
cercanos han sido por demás alentadores porque empatan los intereses de la
comunidad al del desarrollo de sus negocios.
Queda claro que el camino está en profundizar el
conocimiento del tejido social del que se componen nuestros electorados, la
construcción de sus discursos políticos y el rol que las actividades económicas
juegan en sus imaginarios. Sólo así podremos proponer entornos de diálogo con
agenda común, donde las naturales discrepancias se discutan y se negocien. Sin
que el ruido de la discrepancia y los discursos perturbadores enturbien el rumbo
con veneno en formato tabloide.