Por: Víctor
Aubert Rothgiesser, Director de Taller Creativo Consultores
Poder decidir
respecto a las políticas públicas, desde los diferentes sectores del gobierno,
es un privilegio que solo algunos tienen, y que debería utilizarse para mejorar
la calidad de vida presente y futura de más de 30 millones de peruanos (de
todas las edades y de todas las regiones).
Sin embargo, en
la práctica, muchas decisiones se tomarían sin considerar el impacto real que
podrían tener en la población. A veces se parte de supuestos lógicos de un
modelo teórico global repleto de indicadores, sin tener en cuenta por un lado los
fundamentos del comportamiento de diferentes grupos de peruanos ni sus
expectativas y, por otro lado, sin considerar las implicancias propias de la
implementación de cualquier cambio que se realice (trámites, costos, responsables,
etc.)
Pareciera que
una buena parte de quienes tienen en sus manos decidir las políticas públicas y
su implementación viven atrapados en una burbuja que los lleva a omitir en sus
análisis la dinámica real que impera en la vida de la mayoría de los millones
peruanos, en las diferentes regiones del país, y las falencias propias de un
Estado que a pesar de haber casi triplicado su presupuesto en 10 años, no
muestra mejoras claras en la prestación de servicios a sus ciudadanos.
Por ejemplo,
bajo la noble idea de “asegurar la vejez de los peruanos”, se diseñó una
reforma del sistema previsional que contemplaba la inscripción obligatoria de
los trabajadores independientes y aún contempla, sin reglamentar todavía, la
inscripción obligatoria de los trabajadores de las MYPES y de los dueños de
estas. Sin embargo, en el análisis no se contempló el impacto de la reducción
de ingresos presentes en estos grupos de peruanos, ni se analizaron las
expectativas de estos millones de compatriotas.
Por otro lado,
se habla mucho de que un problema del país es la informalidad, y se diseñan
políticas públicas para combatirlas con más regulación, sin considerar que tal
vez la informalidad no es el problema en sí, sino la consecuencia de una maraña
reglamentaria que asusta a muchos y que tiene una serie de implicancias no
contempladas desde la burbuja de los tomadores de decisiones, para quienes la
simplicidad y facilidad no suelen ser atributos relevantes cuando se trata de
diseñar políticas públicas.
Si queremos dar
un salto adelante como país, necesitamos que nuestros funcionarios públicos
entiendan, en primer lugar, que están en sus puestos para servir a todos y cada
uno de los peruanos (no sólo a unos cuantos privilegiados) y, en segundo lugar,
cómo viven, cómo trabajan, qué necesitan y qué esperan en el futuro los
ciudadanos a los que deberían servir.
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