miércoles, 29 de octubre de 2014

El revolcón de la ola electoral



               “Naufragio” de William Turner

Por Guillermo Román-Flores Zevallos
Director Ejecutivo Taller Creativo Consultores


Luego de las elecciones regionales y municipales, la nueva fisonomía política del Perú destapa una gran interrogante, ¿Qué papel juega el sector productivo y empresarial en la política local?

Las del 2014 van a quedar grabadas en la historia del Perú como las elecciones que mejor retrataron el divorcio que existe entre aparato productivo y ciudadanía. Y las causas son básicamente la profunda polarización en la que vivimos, motivada por la desconfianza y una creciente desigualdad en aquellas regiones donde se desarrollan ejes productivos estratégicos.

En los últimos 15 años he podido vincularme a varios procesos sociales en donde las industrias, los emprendimientos empresariales, las reformas en políticas de estado y los procesos de la sociedad civil se encuentran con una gran barrera: La desconfianza absoluta. Y cuando se investigan las causas que la sustentan, nos encontramos constantemente con la falta de diálogo producto de diversos prejuicios.
Los indicadores de crecimiento económico, que ya con nostalgia recordamos en los últimos años, debieron dejar una estela de bienestar que por lo menos nos permita pensarnos en un país viable y enrumbado. Pero los últimos resultados electorales en los comicios del 5 de octubre nos hablan más bien de un país fragmentado y completamente descreído (en un gran sector de la población) de los motores del crecimiento económico y hay aquí varias reflexiones que deben asaltarnos como peruanos.

Hablar de desigualdad y políticas redistributivas erradas es una constante que los académicos han desentrañando en extenso, hace pocos días en la presentación del Instituto de Minería y Sostenibilidad de la Universidad del Pacífico, se ensayaba un ejercicio interesante, comparaban el índice GINI de las regiones del país en un ranking de posiciones. Los resultados son bastante significativos y me quiero quedar con 4 años que para mí son emblemáticos: En el 2008 y 2009 la región más desigual del país fue Cusco y en el 2010 y 2011 mi tierra le cedió esa nada honrosa posición a Cajamarca.

En el 2008 trabajaba en Cusco y pude apreciar una interesante escalada de conflictividad reivindicativa. En este tiempo sectores radicales de la población tomaban el aeropuerto y bloquean las vías férreas con impunidad. Eran conscientes que el motor económico de la región era el turismo y no dudaron en vulnerarlo, de igual forma en el 2011 las autoridades de Cajamarca hicieron lo propio con la minería, como en anteriores ocasiones. Ejemplos abundan en el país y no es materia de estas líneas hacer un recuento.

Lo que me llama poderosamente la atención es que más allá de encontrar claves para entender el entrampamiento y tender puentes de diálogo, lo que he visto sobre todo en el caso de Conga en Cajamarca es que algunos llamados líderes de opinión, hacen todo lo contrario y se han encargado sistemáticamente de un lado y del otro de descalificar al interlocutor que se encuentra en la otra orilla de la mesa o del conflicto, descartando de plano una posibilidad de entendimiento o diálogo. Para mi es inadmisible que un columnista por muy polémico y provocador que sea le diga tarados al 50% del electorado de Cajamarca, o que descalifique de plano a diversas autoridades electas únicamente porque provienen de formas de pensamiento distintas a las que el pregona. Lo que más me asusta es que este periodista tenga seguidores que reciben con una sonrisa sus ideas y que nadie por lo menos refute con un criterio ético lo que publica.

Cómo inadmisible es también que una autoridad electa descalifique de plano una actividad económica en su jurisdicción, sin sustento técnico o validación científica tangible. Pero en nuestro país donde la desconfianza es la moneda de intercambio en los procesos sociales todo esto no solo es posible sino popular. No en vano se vota masivamente por este tipo de discursos o se compran periódicos y programas televisivos con una sonrisa cómplice al ver que se aborda con insultos y se descalifica con sarcasmo y racismo. De ambos lados de la mesa vienen los insultos.

Al descalificar al interlocutor, una autoridad electa o un vocero no solo polarizan en dos sectores vitales de la población, el productivo y el social, sino que rompen cualquier posibilidad de diálogo real y los ejemplos abundan.

Es común escuchar que cuando un líder comunal, sindical o político se opone o pone trabas a la inversión de inmediato sale la justificación “Tienen un objetivo político” cómo si eso fuera malo. (Y muchas veces lo es, en un país donde política es sinónimo de corrupción) Pero partamos de la idea que vivimos en un país de libre pensamiento y que la política es el ejercicio ciudadano del poder y en ese sentido las empresas también tienen un rol en el imaginario político, sobre todo en entornos regionales y comunales. En ellas se cristalizan las expectativas más importantes de superación, se gestan los motores de la economía y el trabajo, pero a su vez son también factores de desigualdad, y porque no decirlo de frustración. Los discursos políticos se alimentan justamente de estos anhelos, temores y desencuentros. ¿Son entonces las empresas parte del discurso político? Claro que sí, que ganen candidatos anti-mineros en zonas de proyectos con Estudios de Impacto Ambiental aprobados o que gane el candidato de Tierra y Libertad en la cosmopolita Urubamba, donde se desarrolla el turismo de lujo en el país, no es más que una confirmación de esta tesis.

No pretendo decir que las empresas jueguen al rol de la política partidaria, pero definitivamente deben estar atentas a las tendencias alrededor de su emplazamiento, su fuerza de trabajo, su cadena logística y de sus proveedores. Conocer cómo se mueven estas tendencias y la correlación de fuerzas en su justa medida, es un gran indicador para las relaciones comunitarias, las políticas de empleo local, los emprendimientos de responsabilidad social y la relación con autoridades y gobierno. Asumir que este conocimiento se centra en el diálogo con los actores políticos de la comunidad, sin distinción del color de camiseta que tengan, es vital para tomar buenas decisiones. Sin embargo guardar un lugar neutral durante los procesos electorales es también importante, además de una práctica correcta y ética.

Conozco de cerca las experiencias de empresarios o ejecutivos de importantes empresas que son estratégicas para diversas regiones, que actúan bajo estos principios de neutralidad y diálogo abierto y los resultados electorales en sus entornos más cercanos han sido por demás alentadores porque empatan los intereses de la comunidad al del desarrollo de sus negocios.

Queda claro que el camino está en profundizar el conocimiento del tejido social del que se componen nuestros electorados, la construcción de sus discursos políticos y el rol que las actividades económicas juegan en sus imaginarios. Sólo así podremos proponer entornos de diálogo con agenda común, donde las naturales discrepancias se discutan y se negocien. Sin que el ruido de la discrepancia y los discursos perturbadores enturbien el rumbo con veneno en formato tabloide.

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